El 25 de marzo, nueve meses antes de su nacimiento, recordamos la concepción de Jesucristo en el purísimo seno de la Virgen María, por obra y gracia del Espíritu Santo. Por eso en esta fecha la Iglesia celebra el día del niño por nacer. Es una clara confesión de que la vida humana comienza en el momento mismo de la concepción y que, desde entonces, como "alguien único e irrepetible, eternamente amado por Dios", nos enseña el Papa Juan Pablo II, el nuevo ser goza de todos los derechos que corresponden al hombre, el primero de cuales es el derecho a la vida. Es por eso que la Iglesia rechaza tan contundentemente al aborto, como contrario al plan de Dios y, más allá del plano religioso, el mismo sentido común lo considera un crimen contra la humanidad y se opone a toda política que pretenda incluirlo en la ley, cualquiera sea el eufemismo que lo encubra. El aborto voluntario siempre es un crimen. Y un crimen ejercido contra el más indefenso de los seres. Pero también, impedir que el ser concebido anide, o manipular embriones como si no fueran seres humanos, llegando a descartarlos y destruirlos, es adherir a una metodología aberrante y antihumana. El 25 de marzo nos llama a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a tomar conciencia de esta problemática y a no rehuir el compromiso por defender la vida y denunciar la violencia que amenaza a los seres más frágiles y desprotegidos de la familia humana como son los niños por nacer. Roguemos a la Virgen María, Madre de Jesús, que interceda por todos nosotros a fin de que Dios nos alcance profunda comprensión de estas verdades elementales y valor suficiente para defenderlas en nuestra sociedad. Reciban mi adhesión a los actos programados y mi plegaria, junto a la bendición de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
(Mons. Eduardo Mirás)